I
Yo pedí comprender el
Misterio del Tarot y los maestros me sonrieron, sus ojos, decían: No sabes lo
que quieres. Sus bocas, permanecían calladas.
Insistí una y otra vez,
como una niña pide sus juguetes, hasta que dejé de pedir y me dediqué a investigar,
estudiar. La vida transcurría entre aciertos y descalabros. Mi carácter se
formaba sin dejar en ningún momento de desear conocer y desentrañar los
misterios del Arcano Libro del Tarot. Hoy se que esas retorcidas sendas de la
búsqueda eran mi entrenamiento.
Cuando la ansiedad había
desaparecido y solo la pasión por vivir
y saber me guiaba, me llamaron al Templo y me preguntaron si deseaba ser
iniciada en los misterios.
Esto ocurrió en un sueño
tan vivido que, no pude dudar, era una señal. Me llené de júbilo e inquietud
presintiendo que, de alguna forma, estaba cerca de desentrañar los misterios.
El sueño se repitió tres
veces, de formas distintas. En todas las ocasiones yo solo pude reafirmar mi
decisión con un simple si.
Por fin, una noche, soñé
que estaba en un monasterio, esta vez, no me preguntaron nada. Unos jóvenes
acólitos me dieron una túnica blanca, de hilo crudo, un tejido tan antiguo como
la civilización. Me guiaron a una caverna bajo tierra, en ella descubrí unas
piscinas con aguas claras y aromáticas, una caliente, otra fría. Aquel lugar,
por lo hermoso y acogedor, era un paraíso para los sentidos. Sin mediar
razonamiento supe que estaba en el útero de la tierra. Ahora, debía nacer a
otro nivel de conciencia.
Me pidieron que me quitara
todas mis ropas y me bañara en las piscinas, primero en la caliente, luego en
la fría, después en las caliente de nuevo y, por último, en la fría.
Me ordenaron vestirme con
la túnica y esperar a que me llamaran.
La espera se me hizo larga.
Me introduje en una oleada de recuerdos y dudas filosóficas, en una maraña de
ideas. Y, envuelta en esta sin razón, desperté. La luz de la mañana hizo presa
en mis sentidos y siguiéndola como una polilla me devolvió a la vigilia.
Ya, despierta, medité y
concluí que algo había cambiado en mis sueños. Debía prepararme. Siguiendo mi
instinto y quizás la memoria antigua de la humanidad, durante los siguientes
días, hice baños emulando los del sueño, suponiendo que esto era lo que se
esperaba de mí.
Semanas después cuando mi confianza comenzaba
a peligrar, una tarde me quedé dormida en el sofá. La casa estaba en silencio.
Entonces, en el momento más inesperado, se produjo el milagro. Soñé de nuevo:
Volvía ha estar en la caverna de los estanques vestida de lino, una mujer muy
hermosa, vino a buscarme, iba envuelta en gasas trasparentes.
No me habló, me indicó con
un gesto que la siguiera. Prácticamente no me di cuenta de cuando desapareció,
todo era tan inesperado y sencillo. Me encontraba frente a unas escaleras que descendían
otro nivel, introduciéndose en la Tierra. Una voz firme y serena que parecía
surgir de todas partes dijo: “Es necesario bajar a los niveles inferiores para
iniciar tu ascenso. Baja a las entrañas de la Tierra y habré la puerta del
laberinto del conocimiento, si el valor te asiste, entra y recorre sus
estancias. Cuando salgas a la luz del día recibirás mi abrazo de bienvenida.-
La voz, de naturaleza masculina, era autoritaria y, al tiempo, tranquilizadora
- Si, en el camino, desistes de tu empeño o las fuerzas te fallan, déjate
vencer por el sueño y al despertar estarás en tu lecho. Volverás al Templo cuando
la vida misma te traiga.”
Yo entendí sus
instrucciones, pero no todas sus implicaciones.
Había aprendido a confiar y dejarme guiar por mis instintos. Estos y el
corazón me decían, sigue adelante, no hay peligro, lograrás lo que deseas,
comprenderás y, a través de la comprensión, adquirirás la paz interior que
tanto anhelas. No imaginaba entonces lo largo que podía llegar a ser el camino.
Bajé despacio, recreándome
en los anchos escalones y en los ecos de mis pasos, en el conocido olor a
humedad. Poco después, llegué a una puerta de madera con refuerzos de hierro,
parecía recién manufacturada, como si la acabaran de barnizar y colocar para mi
llegada. Unas grandes letras de bronce incrustadas en la madera rezaban así:
"Laberinto de la Vida, abre todas
mis puertas y nace".
II
La llave estaba puesta en
la cerradura invitándome a moverla y, de pronto, me pregunté por la luz. ¿De
donde venía la luz que me permitía ver? Desde que había salido del recinto de
los baños no recordaba ninguna fuente luminosa.
Como si mis pensamientos
fueran oídos por la voz que me guiaba,
la escuché de nuevo. - Surge de tu interior, de tu alma, de la energía
primigenia. Tú estas compuesta de ella.- Dijo.
Por primera vez, sentí un
escalofrío, miedo, casi terror. Acababa de darme cuenta, todo mi cuerpo
irradiaba un halo luminoso, irisado, del que no había sido consciente hasta ese
momento. Aun más, esto era un sueño, de eso estaba segura, pero, tan vivido
como si me hubiera trasladado física y síquicamente a otra dimensión. Una parte
de mí, ante esa certeza, se estremeció y otra parte se emocionó de placer. Me
sentía dividida, pleno de contradicción, más que en toda mi existencia.
A pesar de mi sorpresa, en
unos segundos o minutos me recompuse, quizás el tiempo no era como se puede
percibir en la vigilia. Giré la llave empujando la puerta.
Al otro lado, la luz era
cegadora y el espectáculo indescriptible. Un relámpago de asombro y miedo
recorrió todo mi cuerpo, desde los dedos de los pies descalzos hasta la despeinada
coronilla.
Di un paso, la puerta se
cerró y desapareció, dejándome ante un mundo más propio de Alicia en el País de
las Maravillas que de los sótanos de un Templo de iniciación. ¡¿Qué sabía yo?!
La mente humana es capaz de
imaginarse muchas cosas, esta no era de las sencillas. Estaba en un LABERINTO de
escaleras y pasarelas, estas subían y bajaban, sin aparente sentido ni orden,
en una estructura inmensa con forma de descomunal torre. Yo no alcanzaba a ver
el techo. Estaba iluminada con una infinidad de ventanas de todos los tamaños y
formas; decoradas con vidrieras que filtraban un sol de verano en pleno medio
día. Aquel arco iris parecía humano, como si respirara y latiera, tuve la
certeza de que necesitaría toda mi fuerza de voluntad para andar por aquel
lugar.
Era una zarzuela de formas,
colores y sombras. Lograban que el mundo cotidiano, de pronto, no existiera y
toda mi concentración fuera necesaria para asumir aquel maravilloso caos.
Comencé a andar por el
puente sobre el que me encontraba, más abajo, se percibían movimientos y
sonidos de animales, como si, bajo mis pies, hubiese una jungla invisible. Solo
podía percibir los sonidos, las sombras y los olores, pero no reconocer su
naturaleza exacta. Por esta razón sabía que no quería vérmelas con los
habitantes de las profundidades. Así que, me dirigí en línea recta buscando
algún tramo, de las extrañas escaleras, que me llevara hacia arriba.
Así, llegué a una puerta,
la empujé levemente y unos segundos después ya estaba al otro lado. Sentí como
se cerraba detrás de mí. Me giré para intentar abrirla, también había
desaparecido, como la primera, y deduje que eso ocurriría con todas las que me
encontrara y traspasara.
Era natural, en la vida no se puede volver atrás.
Cuando ya sabes andar, te puedes sentar y negarte a avanzar, pero, no puedes
dejar de saber como se anda. En la vida, podemos no usar el conocimiento, sin embargo, no dejamos de tenerlo. Este, "no"
es la memoria caprichosa y selectiva. Está presente, aunque no lo recordemos o
no lo percibamos, como nuestra nariz o nuestras orejas.
Aquella era una habitación
pequeña de piedra, el torreón de un viejo castillo. Un par de troneras
iluminaban el suelo de madera. Estaba lleno de polvo y no se veía ningún mueble
o enser.
Estaba buscando algo que me
indicara por donde podría salir de aquel lugar, cuando las paredes
desaparecieron, se diluyeron, como un holograma. Al otro lado, surgió una
estancia, también de piedra, con pequeñas ventanas de arco de medio punto,
iluminaban una escena muy conocida por mí. Era como estar espiando, desde una
pared traslúcida, otra estancia del mismo castillo, donde se encontraba un
alquimista trabajando. El arquetipo de EL MAGO, el eterno alquimista buscador
de la Piedra Filosofal, del remedio de las enfermedades, de los misterios de la
biología,....
Un hombre con aspecto de
bufón, de traje multicolor, se encontraba frente a una mesa, el altar de la
ciencia, la paraciencia. En su cabeza, un sombrero mostraba el signo del
infinito, - La Eternidad - sobre él incidía un rayo de luz del cielo y sus pies
se sumergían en una alfombra de flores, estas, emergían de las piedras del
suelo.
En una mano tenía la Varita
Mágica, el signo del Fuego y de la esencia espiritual humana. Con la otra,
tocaba el Pentáculo colocado sobre la mesa frente a él, símbolo de la Tierra y
por tanto del poder sobre la materia. Junto ha este, se podían ver la Espada,
reino del Aire y de la inteligencia y el Cáliz Sagrado, blasón del reino del Agua
y de las emociones.
Eran los cuatro símbolos alquímicos danzando,
serenamente, un quinto los pone en contacto con un universo más grande y
maravilloso que el mío, la voluntad del Mago.
De pronto, aquella imagen
congelada, tomó vida y empezó a cambiar, el rostro del Mago se mutaba
vertiginosamente y, superpuesto sobre su figura extraña, empezaron a desfilar
las vestimentas humanas de todos los tiempos, los símbolos del alquimista, el astrólogo, el astrónomo, el químico, el
biólogo. La estancia, en origen, de aspecto medieval, empezó a ser laboratorio,
taller, botica, cocina, pero, sin dejar de ser el mismo lugar y siendo todos a
la vez.
Vi pasar sobre la imagen
del MAGO a toda la humanidad, en sus investigaciones, sus logros, los pequeños
avances, en todos los campos de la vida, cada segundo de conciencia de todos
nosotros. Estoy seguro que en algún momento me vi a mí misma con los ojos del
MAGO puesto que él era yo, y yo, era él.
Mi cuerpo quería vomitar de
puro vértigo. Mi mente estaba desbordada, colmada de asombro. No podía
retenerlo todo y cerré los ojos.
La escena desapareció respondiendo a mis
sensaciones. Comprendí, todo había ocurrido dentro de mí. El MAGO era yo, a
través del tiempo y el espacio, a través de la inocente memoria de mi cuerpo,
del inconsciente colectivo de la humanidad.
Cuando abrí los ojos, el
holograma había desaparecido y frente a mi había una puerta entreabierta. Al
otro lado, un tramo de escaleras bajaba unos peldaños, hasta una pasarela que
acabada en otra puerta, me dirigí a ella. La traspasé con resolución, de inmediato
me encontré en una terraza que se abría a un paisaje desolador.
Frente a mí se desarrollaba
una batalla, entre escombros y focos de incendios.
Un LOCO andaba entre los
fuegos, los disparos y las explosiones, ajeno a todo lo que le rodeaba, con una
mochila increíblemente pesada al hombro, como si, en una soleada tarde de
primavera buscara donde recostarse, al amparo de un árbol. Su inconsciencia
parecía protegerle, sin embargo, era improbable que saliera del campo de
batalla ileso, se giró y vi su rostro asustándome. Era el Mago del castillo,
también era yo y todos mis amigos y parientes. Era la humanidad entera
ignorando el peligro al acecho desde siempre, ignorando su ignorancia.
Las lágrimas resbalaron por
mi rostro. Supe, este, había sido y sería siempre el camino... todos éramos supervivientes de cada época,
de cada nivel de inconsciencia, desde que, por primera vez, andamos sobre la
Tierra.
Algo en mí recordó, como si
siempre lo hubiera sabido: "Yo", todos los días, andaba en medio de
un campo de batalla, todos los días me
salvaba, porque, el Mago me habitaba, con su infinita habilidad, me rescataba.
Comprendí que era una niña con suerte, un arlequín, a un tiempo, ágil y torpe.
Y, por primera vez en mi vida, el orgullo y la prepotencia no me traicionaron.
Ser una niña, un bufón. Ser torpe e ignorante. No me importó. Al contrario, me
pareció lo natural y me sentí cómoda con mi inocente "Yo".
Estaba triste, exhausta,
con el corazón acelerado, aun así, tomé conciencia, volví a subir por las
extrañas escaleras de la inacabable Torre. Con pasos lentos, nadando en la
irisada luz avanzaba, mientras rumiaba mis recientes descubrimientos.
III
Esta vez, mis pasos me llevaron
hasta una arcada de piedra, construida con gráciles tallas que se enlazaban,
creando un dibujo interminable. Al cruzar el umbral, me encontré en una
estancia de altos techos y paredes de mármol, con una maravillosa luminosidad
que sugería Grandeza y Paz. Cuando mis ojos abarcaron todo lo que tenía
delante, vi a una Mujer extraordinaria, sentada en un trono situado entre dos
columnas salomónicas, una de mármol blanco, la otra negro. Eran el único adorno
de aquel lugar.
LA SACERDOTISA me miró a los ojos y yo,
obedeciendo a su poder hipnótico, me acerqué hasta el trono. Detrás de ella,
había una cortina bordada con estrellas y signos esotéricos, intuí que yo
debería primero conocerlos y comprenderlos para traspasarla.
Ella tenía un libro abierto
en las manos y unas llaves sobre su regazo, la Luna menguante asomaba bajo sus
pies.
Me sonrió y me dijo: "
¡Bien venida peregrina! Descansa, quítate el polvo del camino y dime: ¿Qué te
trajo hasta aquí?".
Yo no sabía si debía
contestar, ni que podía esperar de ella. Las piernas me temblaban y el miedo
hizo presa en mí. No quería fracasar, pero, no sabía que hacer.
- Deseo entrar en el templo
y seguir el camino del conocimiento. - Dije.
No sé de donde salieron
esas palabras, pero, si sé que las pronuncie yo.
- Yo soy la guardiana de la puerta. Me aseguro
de que los caminantes que llegan hasta aquí lean el libro de la vida y
comprendan los cuatro misterios, si lo haces te daré las llaves y descorreré el
velo.- Su rostro era impenetrable y su voz profunda como el espacio abierto.
- ¡Estoy dispuesta! - Diciendo esto, tendí mi mano hacia ella y,
ella, a su vez, me dio el libro. Al cogerlo me postré, porque, su peso esa
inmenso. Y cayendo al suelo, me vi, de pronto, en medio de una escena
inesperada.
Un círculo, parecía una
guirnalda tejida de Arco Iris y relámpagos, giraba entre el cielo y la Tierra.
Su velocidad era
impensable, el brillo que emanaba cegador y el fragor de música, truenos,
huracanes, terremotos, avalanchas de montañas..., ensordecía más allá de lo
imaginable.
En el centro de aquella
inmensa rueda, había una figura danzante de una mujer desnuda (la Sacerdotisa o
quizás la mujer que me guió a la puerta del laberinto…), entre velos, seguía el
ritmo tronante. Con una varita en la mano, parecía dirigir aquella titánica
orquesta.
A los lados de la esfera se
hicieron visibles las cuatro bestias del Apocalipsis, una como un León, otra
como un Toro, la tercera con cara de Hombre y la cuarta como un Águila volando.
Escuché en la lejanía la
voz de la Sacerdotisa, me decía:
- ¡Este es EL MUNDO! En él,
todo lo que ves, las cosas, los fenómenos, son siempre jeroglíficos o
ideogramas de ideas y pensamientos superiores. Recórrelo y Compréndelo.
Estas palabras barrieron
aquella imagen y me encontré a los pies de la Sacerdotisa con el libro en el
regazo, mirándola a los ojos.
En ellos vi EL MUNDO, lo
recorrí como un pájaro y reviví mi vida, comprendiendo, cuantas veces se había
manifestado el Gran Plan Universal, en mi cotidiano devenir. Cuantas cosas desconocía y se convertían en
misterios ante mis ojos ignorantes.
En sus pupilas las cuatro
bestias me hablaron y me desvelaron sus misterios.
El León me habló de la
fuerza necesaria para no abandonar en los momentos de la vida cuando todo se va
ha perder. Con una garra sustentaba una antorcha encendida, era el fuego
eterno, el espíritu que infunde la vida. Era el signo de Leo, la fuerza solar
en el centro del verano, la maduración de las cosechas, la que garantiza la
continuidad de la vida. Eran los bastos con sus Misterios encerrados en los
Arcanos Menores del Tarot.
El Águila me llenó de valor
y tolerancia, de amor y pasión. Volaba sobre todas las aguas de la Tierra y se
posó en medio de un pantano, enseñándome el poder de la transformación, del
sacrificio, necesario para generar una nueva vida. Vi en ella los pantanos, las
fuentes, los mares y los océanos, las eternas aguas del otoño que, con su
corrupción, permiten emerger la vida. Era el signo de Escorpio, el agua como
caldo de cultivo de la vida, las emociones humanas en plena transformación y
elevación, los misterios del Palo de Copas en los Arcanos Menores.
Una bestia con cara de
Hombre Sabio y cuerpo de pez, traspasaba agua de un cuenco a otro, sin derramar
una gota, esperando ganar mi atención. Este me enseñó, con solo mirarlo, el
poder de la paciencia, la constancia y la observación, como principio del
conocimiento racional y espiritual. Su serena y profunda mirada me acercó a
la sabiduría, más allá del conocimiento.
Él era el signo de Acuario, los vientos del intelecto humano, el frío del
invierno aquietándolo todo, introduciéndolo en el silencio, necesario, para
macerar la semilla del conocimiento, el Palo de Espadas de los Arcanos Menores.
Era la misteriosa arma con la que el hombre se defiende de su brutalidad.
El Toro me ofreció la
Tierra, noblemente la pisaba y me trasmitió la fuerza de las montañas, los
tesoros que estas encerraban, sus piedras preciosas, el oro, la plata, el gozo
de saberse dueño de toda la materia, la alegría de vivir. Él era el signo de
Tauro, la materia prima necesaria para
manifestarse, La Madre Tierra, la eclosionó de vida de la primavera,
sumando todos los poderes, para despertar de su letargo a la conciencia, el
Misterio del Palo de Oros del Tarot.
Cuando todos hubieron
hablado, sentí que la mano de La Sacerdotisa tomaba la mía y, guiada por ella,
crucé el velo del Templo.
IV
Poco a poco, mis ojos se
recuperaron y pude mirar a mí alrededor, de nuevo, mi sorpresa no tenia límite. Yo esperaba estar en un edificio sagrado
dedicado al culto y los misterios, sin embargo, me encontraba en un bosque paradisíaco,
en un Edén de la juventud del mundo.
Caminé, lentamente,
maravillada con todo lo que veía. A cada paso, mis ojos, descubrían, alegría,
belleza y vida. Allí nada parecía tocado por el tiempo.
Comprendí que estaba en el
más Sagrado Templo, el de las Diosas del amor.
En un claro de aquel Edén
se escuchaban música y risas. Me acerqué, buscando su origen. Duendes, ninfas,
hadas, silfos, salamandras... jugaban y servían a LA EMPERATRIZ coronada de
flores y portadora de dos irisadas alas, esta se recostaba con su arpa en un
trono de joyas que se renovaban constantemente.
Donde ella ponía los ojos
florecía todo y hasta donde su canto llegaba la luz era dorada.
Me miró y sonrió,
invitándome a sentarme en aquella alfombra paradisíaca, entonces comprendí
porqué al ir al mundo de las hadas y volver, los humanos creen haber pasado un
día y una noche, cuando, para los mortales, pasaron varias generaciones. Allí
el tiempo es una ilusión (o no transcurre, o lo hace de forma incomprensible
para los mortales).
Tanta belleza me dio miedo.
¡Pobre mortal! Tanta alegría de vivir, música, placidez, me pareció una trampa,
tenía que rechazarlo para seguir aprendiendo.
¡¿De donde me había sacado
yo que sufrir era imprescindible?!
- Las cosas buenas de la
vida son parte de la creación.- Dijo.- Todo lo licito no disfrutado mientras
vivas, serán deudas contraídas con tu alma. La belleza es su alimento.
Ella leía mis pensamientos
y mostraba sus opiniones, con una voz clara y fresca, como agua de río. Me miró
y me dijo: Todo es dual y está en eterno movimiento, acompaña a mi mensajero y
asiste a su Juicio. Comprenderás que en cada vida surge la muerte y, en su constante
renacer, una nueva Vida-Muerte-Vida.
Un ángel, con rostro de
tremenda severidad, se presentó con solo nombrarlo. Era el ancestral arquetipo
DEL JUICIO DE DIOS.
Antes de poder preguntar o
pensar nada más, me vi volando junto a aquel mensajero, por encima de grises y altas montañas,
envueltas en oscuras nubes, hasta un profundo valle.
En aquel espectral lugar,
se adivinaban formas, a vista de pájaro, sugerían filas de ordenadas piedras.
Ya, más cerca, vi un inmenso cementerio cubriendo toda la superficie de la
tierra. Horrorizada, preguntándome, qué lugar sería aquel, qué espantosa guerra
habría producido tanta muerte. Perdí el aliento.
Entonces escuché dentro de
mí la voz del Ángel contestando a mis preguntas.
- Tan absurdo es aferrarse
a la vida como aferrarse a la muerte. Tan perjudicial es negar los placeres de
la vida como negar sus sufrimientos. En cada placer hay implícito un sacrificio
y un cambio. En cada sufrimiento hay una recompensa. Todo cambia, todo retorna,
esa es la verdad que te devolverá la libertad y te permitirá disfrutar del aquí
y el ahora. Entendiendo que todo tiene una razón universal para existir y nada
escapa a ello.
En mí se hizo una
resplandeciente comprensión. El terror de la muerte empezó a alejarse de mí.
Las tumbas se abrieron y de
ellas surgieron niños, flores y una brisa de primavera barriendo la gris
niebla.
Junto al Ángel del Juicio
descendí a la tierra y seguí mi camino. Andando por aquel valle ahora renacido
me sentí poderosa, invencible y sabia, capaz de gobernarme y de gobernar a otros. Cerré los ojos y, cuando los abrí,
estaba de nuevo en el LABERINTO de escaleras. La luz había cambiado, era dorada
como en un atardecer de otoño.
V
La voz de mi guía sonó en
mi interior.
- Ahora, debes comprender
la gran Ley del Cuatro, el Alfa y el Omega de todo.- No comprendí sus palabras.
Me vi, a mi misma, como un Emperador que gobierna el mundo y sonreí. Aquello
era una simpática ironía, una trampa para mi Ego, no iba a caer en ella, o, eso
pensaba. Creía no desconocer nada de mi misma, ni del mundo que me rodea.
Una voz salía de mi
interior recriminándome.
- ¡Tu eres EL
EMPERADOR del universo en el que
vives! ¡Deja de dudar y reconócete!
Subí un tramo de escaleras
y de nuevo entré en una estancia. Era la Gran Sala del Trono de algún remoto
palacio.
Frente a mí, había un
hombre de regia mirada, estaba sentado en un trono decorado por cuatro cabezas
de carnero, reconocí en ellas a Aries, el fuego que despierta la tierra
derritiendo las nieves del invierno. (La Sacerdotisa me había enseñado todos
los símbolos.)
Se cubría con un yelmo de
oro. Su barba era blanca y caía sobre un manto púrpura. En una mano sostenía
una esfera, símbolo de sus posesiones, y en la otra un cetro en forma de cruz
egipcia, la llave de la vida.
- Yo soy la semilla, el aliento que infunde la
vida.- Dijo El Emperador.- Impero sobre todas las cosas, porque estoy en todo.-
Hizo una pausa, quizás, para atrapar, totalmente, mi atención.- Las cuatro
letras del nombre de Dios* están en mí y yo estoy en todo.- Su rostro se
iluminaba levemente al hablar.
* Según la tradición monoteísta mediterránea -
pitagóricos, hebreos, musulmanes, cristianos de todas las ordenes, etc... -
Dios es el innombrable, puesto que, su nombre es un secreto de naturaleza
mística. El verdadero nombre de Dios, llamado el Shem Shemaforash., es el
instrumento de la creación. Esta palabra secreta, sonido, vibración, forma
matemática, arquetipo primigenio,... al ser pronunciada creo, y crea, todas las
cosas.
-Yo estoy en los cuatro
principios, Yo estoy en los cuatro elementos. Yo estoy en las cuatro
estaciones. Yo estoy en los cuatro cuartos de la Tierra.- Una luz que emanaba
de su interior surgía, despacio, envolviéndolo.- Yo estoy en los cuatro signos
del Tarot. Yo soy la Acción, expresada por el número uno. Yo soy la
Resistencia, contenida en el número dos. Yo soy la Consumación, expresada por
el número tres. Yo soy el Resultado implícito en el número cuatro.
- Como la Tierra tiene
Fuego, Agua y Aire, como la cuarta letra del nombre tiene las primeras tres y
ella misma se convierte en la primera, así, mi cetro, tiene el triángulo
completo y lleva en sí el germen de un nuevo triángulo. Mi semilla, siempre,
dará fruto.
La voz, estaba por todas
pastes, como el aire.
Mientras el Emperador
habla, su yelmo y la armadura dorada que se veía bajo su manto brillaban más y
más fieramente, hasta que no pude soportar más su fulgor y cerré los ojos.
Cuando traté de levantarlos
otra vez, se encontraba ante mí un resplandor que lo penetraba todo, hasta las células
de mi cuerpo, llenándolo de luz y fuego.
Caí postrada adorando a la
Palabra de Fuego. La vibración que crea la vida. La medida contenida en todo.
Entendí que estaba ante la expresión, más pura, del orden natural de las cosas.
Después de esto, lo primero
que vi en mi interior (mis ojos eran incapaces) fue EL SOL. Comprendí que Él es
la primera y más sagrada Palabra de Fuego, El Macro Emperador, con su energía
impregnaba todo el planeta y todos los planetas del sistema. Repartiendo la
energía que permite la vida como un padre reparte la energía, la atención, el
amor, el conocimiento,... entre sus hijos. Era la equidad más pura.
EL SOL brillaba y daba
calor. Abajo, los dorados girasoles, reverentes ante tanto poder, movían sus
corolas. Dos niños, sin duda, símbolo de la inocente confianza que tiene la
naturaleza en su Emperador Solar, se solazaban bajo sus cálidos rayos. Una
lluvia de oro caía sobre ellos, como si el Sol vertiera oro fundido (el código
sagrado de la vida) sobre la superficie de la Tierra.
Cerré los ojos por un
instante, deseaba comprender estos nuevos mensajes y, dentro de mí, vi que
todos los rayos del Sol eran cetros del Emperador, que llevaban vida en cada
uno. Sentí cómo, bajo los agudos rayos, las místicas flores de las Aguas se
abrían por todos lados, y cómo, los rayos penetraban en estas flores. La
Naturaleza entera nacía continuamente de la unión misteriosa de los dos
principios, femenino y masculino. El Sol lo sembraba todo de vida.
VI
Aquella visión empezó a
alejarse de mi mente y, quizás para impedir que olvidara el poder solar, en
unos minutos, se hizo de noche en el Laberinto, la oscuridad latiendo me
impresiono tanto como la luz.
Salí del salón del trono.
El Laberinto se llenó de luces, en forma de antorchas, velas, bombillas,
reflectores, neones, lámparas de cristal extrañamente encaramadas a las
paredes, etc., en una zarzuela de épocas y realidades poco conciliables.
“Nada, por bello que sea, es comparable a la
luz del Sol y sus infinitas tonalidades.” Este, fue un pensamiento último, como
un retazo de la voz de mi guía.
Mis pasos me llevaron de
nuevo al Templo. Allí, sentado en un trono de oro, bajo un dosel púrpura,
estaba El Gran Maestro. Llevaba las vestiduras de un Gran Sacerdote, la blanca
y dorada mitra de un Papa. Era el HIEROFANTE.
Bajo sus pies estaban las
dos llaves cruzadas, las que la sacerdotisa me había enseñado en mi primer paso
por el templo de la sabiduría. Dos Iniciados se encontraban arrodillados ante
él. Él les hablaba.
Yo oía el sonido de su voz,
pero no podía entender una sola palabra de lo que decía. O bien hablaba un
lenguaje desconocido para mí o había algo que impedía que comprendiera el
significado de sus palabras.
Escuché en mi interior la
voz de mi guía, como un susurro, me apuntaba la respuesta.
- Él habla sólo para aquellos que tienen oídos
para oír. Desdichados, aquellos que creen oír antes de haber oído en verdad, o
que oyen lo que él no dice. Perdidos están los que ponen sus propias palabras
en lugar de las palabras de él. Estos nunca recibirán las llaves de la
comprensión. Y es de ellos de quienes se ha dicho: ni entran ellos mismos, ni a
los que están entrando dejaran entrar.- El susurro se perdió en la distancia
dejándome más sola que nunca.
Estas palabras desataron un
sinfín de preguntas y dudas en mi mente y mi corazón. En aquel silencio, lleno
de expectación, me reconocí como una peregrina que llega al final de su romería
y espera recibir, de las Sagradas Reliquias, la iluminación que necesita.
¡Necia!
Todas las dudas se resolvieron con una sola
respuesta. Esta, surgió de mi interior y no de la voz que me inspiraba: " ¡Debía
conquistar las llaves! Y, Solo existía un medio: Abrir mi corazón y mi mente,
aprendiendo a escuchar y a observar. Hacerme dueña de mi caprichoso Ego,
henchido de orgullo y ceguera. VER y ESCUCHAR más allá de mi misma. Estas, eran
LAS LLAVES que abrían la puerta de la Comprensión".
La noche inesperada de
nuevo se cernió sobre mí, como un manto. Ahora mi mente cansada deambulaba
entre el miedo y la desesperanza. Salí del Templo ¿Qué ocurriría si habría otra
puerta? Solo la luz espectral de LA LUNA iluminaba mis pasos. Todas las luces
del Laberinto se habían apagado, más aún, sus fuentes, como fantasmas, habían
desaparecido. Busqué una terraza. Mi instinto me llevó hasta una, de las
múltiples, colgadas de aquella fantasmal construcción. Detrás de mí, El
Laberinto quedó sepultado en las tinieblas.
La desolada llanura, herida
por mil guerras, se extendía ante mis ojos. LA LUNA llena miraba abajo,
envuelta en una profunda meditación. Bajo su oscilante luz las sombras nacían,
vivían su peculiar vida y morían constantemente. Había colinas negras en el
horizonte, las mismas que enmarcaban la escena de la guerra en la que El Loco
andaba inmerso, pleno de inconsciencia.
Entre dos torres grises se
abría un camino, que se perdía en la distancia. A ambos lados del camino, uno
frente al otro, un lobo y un perro estaban aullando a La Luna. Del arroyo
envuelto en vapores contaminados, un gran cangrejo negro salió a la arena. Un denso
rocío frío, caía. Los murciélagos, planearon sobre mi cabeza y el ulular de un
búho, contestó a los canes.
Un sentimiento de terror me
asaltó. Sentí la presencia de un mundo misterioso, de un mundo de espíritus
hostiles, de cadáveres que salían de sus tumbas, de fantasmas atormentados.
En la pálida luz de LA LUNA
me pareció sentir la presencia de fantasmas, las sombras cruzaban el camino,
alguien me observaba, al acecho, detrás de las torres.
El miedo se adueñó de mí
como una tormenta. Todos los miedos humanos, todas las tinieblas propias de mi
especie, con sus fantasmagóricas formas, visitaron mi mente. No pude soportarlo
y perdí el conocimiento.
VII
Dormí, dentro del sueño, y
soñé que: Un ángel me llevaba al paraíso, El Edén primigenio.
En el jardín paradisíaco,
se recreaban un Hombre y una Mujer. Duendes, ondinas, sílfides y gnomos se
acercaban a ellos libremente; los reinos de la Naturaleza, piedras, plantas y
animales, les servían.
Era evidente que conocían
el misterio del equilibrio universal, y ellos mismos eran el símbolo y la
expresión de ese equilibrio. En ellos estaban unidos los dos triángulos que
surgen del cetro del Emperador, formando una estrella de seis puntas.
Muy por encima estaba el
Ángel, invisible, que los guiaba. Su presencia que ellos siempre sentían. Era
evidente.
Mis ojos se posaron sobre
un majestuoso árbol de frutos dorados. Una víbora bajaba de la frondosa copa,
deslizándose por su tronco, y murmuró al oído de la Mujer. Esta, confiada, la
escuchaba, sonreía con incredulidad, luego con curiosidad. Después vi que ella
le hablaba al hombre, y él también sonrío, señalando con su mano el jardín que
les rodeaba.
De repente, una nube surgió
y ocultó el cuadro que tenía ante mí. Supe que había visto la Arcana escena de
LA TENTACIÓN. No pude evitar hacerme una pregunta: ¿Cual es la naturaleza de la
Tentación?
A pesar de mi sopor,
escuché la voz del Ángel del Paraíso, decir:
- LOS ENAMORADOS tienen que
hacer una Elección. En esta Elección está implícita la Tentación.- Dijo el Ángel.
- La tradición cuenta, crípticamente: " La sabiduría que se arrastra por
el suelo les dijo: vosotros sabéis que es lo bueno y lo malo. Y ellos creyeron
esto, porque era agradable pensarlo."
En la voz del ángel se
percibía cansancio quizás de milenios.
- Entonces, dejaron de
escuchar mi voz conductora, de confiar en ella. El equilibrio fue destruido. El
mundo encantado les fue cerrado. Todo se les presentó bajo una luz falsa. Y se
convirtieron en seres mortales. Esta caída es la primera trasgresión de la
humanidad de las leyes de la naturaleza. Se repite constantemente porque el
hombre nunca ha vuelto a confiar en la armonía natural del universo. Vive con
la creencia de que solo sus sentidos alcanzan a ver la verdad.
El Ángel suspiró y tras una
breve pausa continuó diciendo.
- Solo cuando la humanidad
haya expurgado este error a través del conflicto y recuperado la confianza y la
inocencia natural. Puede librarse del poder de la muerte y volver a la vida
inmortal. Reconquistando el paraíso.
Al despertar, dentro del
sueño, me encontraba en la terraza del Laberinto. El paisaje que antes me había
aterrorizado estaba cambiando. Era el momento que precede al alba, cuando toda
la naturaleza está expectante. Las sombras se alejaban. Las alimañas
desaparecieron.
En el centro del cielo
brillaba una GRAN ESTRELLA, y al rededor de ella había siete estrellas más
pequeñas, Orión. Sus rayos se entrecruzaban, llenando el espacio con un
infinito fulgor. Cada una de las ocho estrellas contenía, en si misma con su
luz, a las otras.
Bajo este cielo de ensueño,
junto al arroyo que empezaba a atrapar el profundo e irrepetible azul del alba
estrellada, vi a una mujer desnuda, joven y hermosa quizás la misma que horas
antes había visto danzar con la tronante Rueda del Mundo. Vertía agua de dos
vasijas, una de oro y otra de plata. Los pájaros comenzaban a despertar,
llenando la mañana con sus trinos, preparándose para volar. El Mundo despertaba
a la luz de LAS ESTRELLAS.
Por un instante, comprendí
que estaba, mirando El Alma de la Naturaleza.
- Esta es la Imaginación de
la Naturaleza.- Dijo, suavemente, la voz de mi guía.- La Naturaleza sueña,
imagina, crea mundos. Aprende a unir tu imaginación con la de ella, y nada
será, jamás, imposible para ti.- La voz se alejaba. - Pero recuerda que es
imposible ver correcta y equivocadamente al mismo tiempo. De una vez por todas,
debes decidir tu camino. Entonces, no habrá necesidad de volver ha empezar.
El profundo silencio lleno
de melancolía me invitó a entrar, de nuevo, en las estancias del Laberinto, mis
ojos veían en la oscuridad. Me sentí renovada, ligera y me lancé escaleras
arriba. Ahora ya conocía todos los misterios. Se me habían rebelado.
Llegué a una gran puerta de
madera semejante a la primera y la traspasé. Estaba en la cima de una gran
torre. Supuse, erróneamente, era el final del camino. Me recreé en la euforia
como una niña, tragando y brindando con bocanadas del are fresco de la mañana.
VIII
A lo lejos se acercaba UN CARRO, con sus violentos movimientos
atrapó mi atención. Estaba tirado por dos caballos, uno blanco, el otro negro,
dirigido por un apuesto auriga. Este
tenía el semblante radiante de un triunfador. Se cubría con una armadura de
acero y en su mano llevaba un cetro, terminado en una esfera, un triángulo y un
cuadrado. En el frontal de la carroza de guerra giraba una esfera símbolo del
Yim y el Yang.
- En esta escena todo tiene
un significado. Observa y trata de comprender. - Me dijo la Voz.- Este es el
Conquistador que no se ha conquistado todavía a sí mismo. Aquí se encuentra la
voluntad y el saber. Pero en todo esto, está más el deseo de alcanzar que el
logro mismo.
El silencio, entre frases,
era impenetrable en mi mente, me debatí entre la decepción y el cansancio.
- El hombre de LA CARROZA
empezó por considerarse conquistador antes de haber realmente conquistado.
Decidió que la conquista debe corresponder al Conquistador. En esto hay muchas
posibilidades reales, pero también, muchas perspectivas engañosas. Grandes
peligros esperan al hombre de la carroza.
Fijé mis ojos en aquel
hombre. Una certeza se apoderó de mí.
Era el mismo hombre al que había visto uniendo el cielo con la Tierra,
El Mago, también el que se arrastraba por un camino polvoriento entre
escombros, ignorando los peligros, El Loco. Y no había duda, era Yo el guerrero
triunfante liderando los ejércitos del Ego, del miedo,... con habilidad. El
asombro y el desconcierto se mezclaron en mi corazón.
¿Qué era aquello que no había entendido? Hacía
apenas unos minutos, estaba segura de haber llegado al final del Laberinto ¿Qué
escabrosa prueba era aquella?
- Este es el Conquistador
contra quien, el conquistado (su Ego) puede revelarse todavía, a pesar de la
espada mágica (su conocimiento). La tensión de su voluntad puede debilitarse y
los caballos pueden tirar en diferentes direcciones rompiendo La Carroza y a él
en dos. Este eres Tú con toda la fuerza de lo aprendido, experimentado, superado y sin control sobre ello.
De nuevo un largo silencio.
- ¿Ves, detrás de él, las
torres humeantes de la ciudad conquistada? Quizás la llama de la rebelión ya
arde allí. Debes saber que la ciudad
conquistada está dentro de ti. Los caballos (tu dualidad) vigilan todos tus
movimientos. En tu interior grandes peligros te esperan.
El eco de estas palabras me
envolvió.
En ese momento, sin mediar
aviso de lo que iba a suceder, sentí bajo mis pies el tronar de un terremoto.
La extraña construcción del Laberinto osciló, pero, rompiendo todas las leyes
de la lógica, no calló en ese momento, si no que, se alzó sobre el valle
convirtiéndose en una inmensa TORRE que traspasaba las nubes.
El cielo se oscureció.
Cúmulos de tormentas cegaron el Sol en un instante. Los truenos ensordecedores
comenzaron a caer por todo el valle.
De repente, el cielo se
abrió, un trueno hizo retumbar la Tierra entera, y un rayo cayó sobre la
cúspide de la TORRE.
Lenguas de fuego salían del
cielo; toda la Torre se llenó de fuego y humo.
Yo, rodeada por los
escombros, caí al vacío que se abría ante mí.
Escuché la voz, poderosa,
venciendo el ensordecedor fragor, acompañándome en la caída.
- La Naturaleza se revela
contra el engaño. El hombre no se somete a las leyes de la Naturaleza. Esta,
aguarda pacientemente por largo tiempo y luego, repentinamente, de un soplo,
aniquila todo lo que va contra ella.- El fragor de la tormenta se alejaba y con
ella la voz se apagaba.- Si los hombres pudieran comprender que casi todo lo
que saben son ideas parciales, ruinas, de las Torres del Ego, destruidas.
Probablemente cesarían de construir conceptos falsos y se dedicarían a
comprender la naturaleza real de las cosas, sin dejarse llevar por la
precipitación. El camino de la Iluminación sería más recto, no sería necesaria
la enfermedad ni el dolor.
La voz se perdió en la
lejanía y yo impacté contra el suelo perdiendo toda conciencia.
IX
Cuando abrí los ojos sentí
que había muerto y resucitado. Estaba tirada, sobre un duro suelo de piedra, en
medio de un claro rodeado de setos. Me había salvado milagrosamente de aquella
terrible caída. Quizás no, había resucitado.
Con movimientos lentos y
torpes me levanté. LA TORRE había desaparecido. Estaba en el centro de otro
Laberinto, este me recordaba la antigua Creta, los milenarios jardines de los
Templos persas,....
Frente a mí, en un altar de
piedra, situado en el centro de aquel claro, estaban Las Llaves, El Libro y el
Manto con los símbolos bordados. Comprendí, eran mi trofeo por haber llegado
hasta aquel punto sin perder las fuerzas, ni la cabeza. Los cogí y los hice
míos como una parte de mi cuerpo. Esas son cosas que solo pasan en los sueños.
Delante de mí, el follaje
se abrió y me dejó ver la puerta del Templo, custodiada por dos columnas y
velada. ¡Me era permitido descorrer el velo del Templo y entrar al Santuario Interno!
¡Mi gozo no tenia limite!
En el centro energético de
aquel lugar sagrado, una mujer con
corona de oro y manto de púrpura me esperaba. En una mano tenía una
espada levantada y en la otra una balanza. Al verla temblé de miedo, su mirada
era infinitamente profunda y terrible. Me hizo sentir ante un abismo.
- Estás viendo a la
VERDAD.- dijo la Voz.- Todo es pesado en su balanza. Esa espada es
levantada eternamente en defensa de LA JUSTICIA y nada puede escapar a ella. No
desvíes tu mirada de la balanza y la espada. No tengas miedo de su severo
rostro. Despójate de tus últimas ilusiones. Desde este momento vivirás sobre la
Tierra sin estas ilusiones.- Como la voz de un tambor dijo.- ¡¡¡ Querías ver la
VERDAD y ahora la ves!!! Pero recuerda, lo que espera al mortal que ha visto a
la diosa: No podrás volver a cerrar los ojos ante lo que no te agrada, como lo
has hecho hasta ahora. Veras siempre a la Verdad, en todo momento y en todas
las cosas. ¿Te das cuenta de esto? Has visto la Verdad. Ahora tienes que seguir
a delante aunque no quieras hacerlo.
Supe que mi vida no
volvería a ser la misma, sentí un profundo dolor y una tremenda alegría.
Sobre el Arcano Templo se
cernió una espesa niebla. Los espesos celajes arrastraron aquel lugar a las
tinieblas. Salí buscando la razón de aquel fenómeno. A lo lejos ardía una
dantesca llamarada roja. Con coraje me dirigí hacia ella.
A medida que me acercaba
veía una extraña figura fantástica. Tenía una horrible cara roja de DIABLO,
unas largas orejas velludas, una barba puntiaguda y cuernos curvados de cabra. En
la frente del diablo, entre los cuernos, brillaba un pentáculo, al revés, de
fosforescente luminosidad. Dos alas grises, membranosas, como las alas de un
murciélago, se extendían a su espalda. EL DIABLO levantaba un grueso brazo
desnudo con el codo torcido y los dedos extendidos, en la palma reconocí el
signo de la magia negra. En la otra mano sostenía una antorcha ardiendo, con la
que apuntaba hacia abajo, de donde salían nubes de negro y sofocante humo. El
Diablo se sentó en un gran cubo negro agarrado con los garfios de sus piernas
velludas como las de una bestia.
Un hombre y una mujer
estaban encadenados a una argolla de hierro frente al cubo.
Eran el mismo hombre y la
misma mujer a quienes había visto en el Jardín del Edén, los que escuchaban al
Hierofante solo que ahora tenían cuernos y cola con extremos ígneos.
- Este es el cuadro de la
caída, el cuadro de la debilidad, - dijo la Voz, - la expresión de la Mentira y
el Mal. Estas son las mismas gentes, pero empezaron a creer en ellas y en sus
propios poderes. Decían que ellas sabían lo que era lo Bueno y lo que rea lo
Malo. No quisieron considerar el resto del universo que los rodeaba. No
comprendieron, todo está ínter-relacionado e ineludiblemente conectado. Tomaron
su debilidad como fuerza y el engaño los sometió.
El Diablo habló:
- Yo soy el Mal,- dijo, -
en tanto que el Mal pueda existir en este, el mejor de los Mundos. Para poder
percibirme es necesario ver perversamente, equivocadamente, estrechamente. Tres
caminos llevan hasta mí: El Engaño, La Sospecha y La Acusación. Mis principales
virtudes son: La Calumnia y La Impostura.- Mientras hablaba sonreía y hostigaba
con un tridente a sus esclavos humanos.- Yo completo el triángulo cuyos otros
dos lados son la Muerte y el Tiempo. Para poder escapar de este triángulo solo
es necesario ver que no existe.- Una carcajada salió de su garganta,
estremeciéndome.- Pero ¿cómo hacer esto? No es cosa que yo deba decir. Porque
yo soy el Mal que los hombres inventaron para poder justificarse y para poder
tener una causa a la que atribuir su mal proceder, del que ellos mismos son
culpables.- Hizo una pausa.- Me llaman el Rey de la Mentira, y en realidad soy
el Rey de la Mentira, porque soy
el mayor producto de la mentira humana.
La voz se perdió en la
niebla y esta, lentamente, se disipó. Con ella se llevó el terror y la angustia
que producía aquel demoníaco personaje.
X
El Laberinto,
aparentemente, había desaparecido. De nuevo estaba perdida. Esta vez, en medio
de un desolador desierto, otra forma laberíntica más desesperada si cabe porque
no se percibían sus márgenes. A pesar de esto me sentía en paz, quizás porque
ya no confundía la verdad con la mentira.
Comencé a errar por largo
tiempo en aquel desierto arenoso y árido, donde no había otro ser vivo que las
serpientes. En mi deambular encontré a un ERMITAÑO.
Estaba envuelto con una
larga capa, con una capucha sobre la cabeza; en una mano llevaba un gran
báculo, símbolo de su primitiva y esencial sabiduría, en la otra una linterna
encendida, aun cuando era pleno día y el Sol brillaba.
- Antaño buscaba al
hombre,- dijo EL ERMITAÑO,- pero hace mucho tiempo que he abandonado la
búsqueda.
Suspiró profundamente con
gesto de cansancio.- Ahora busco el tesoro enterrado. ¿Quieres tú también
buscarlo? En primer lugar debes hacerte con una linterna. Sin una LINTERNA
siempre estarás encontrando tesoros, pero tu oro se convertirá en polvo.
Me hizo un gesto acogedor invitándome a
acompañarlo.
- Comprenderás el primer
misterio, nosotros no sabemos cuál es el tesoro que debemos buscar, si el que
fue enterrado por nuestros antepasados, o el que será enterrado por nuestros
descendientes.- Dijo.
Su naturaleza humana me
resultaba conocida, era tan tribal y esencial como el conocimiento salvaje.
Entendí que era el Chaman, el Sabio que conectado a la memoria de la humanidad
no necesitaba cuestionar nada. Lo sabía todo.
Me sentí en casa. Aquella
LINTERNA que me decía, debía procurarme, yo lo supe sin pensarlo, era la luz de
mi interior, la fuerza luminosa de mi Yo, mis amigos, mi familia y el amor que
recibo de todos. Lo que me hacia distinta en la infinidad de las formas del
universo. Aquel candil encendido, en pleno día, era algo que siempre había
tenido y EL ERMITAÑO me había recordado que era mi guía en el complejo y árido
mundo cotidiano.
El tesoro estaba en mí. La
herencia recibida y lo que yo pudiera aportar al futuro. La comprensión de que
el tiempo en si era una ilusión, llenaba el cofre que buscábamos en el
desierto. ¿Porqué un desierto?
La voz, solícita, me
susurró al oído:
- Si olvidas quien eres, en
beneficio de quien quieres ser, te perderás en un desierto. El aquí y el ahora
es lo único real.
Se hizo la luz en mi mente
y, nunca mejor dicho, puesto que era noche cerrada. Llevábamos horas andando.
Cuando el cansancio y la sed me empezaban a vencer, a la pálida luz del
amanecer, un oasis apareció frente a mí. Mi corazón estaba tan lleno que no
temí que fuera un espejismo, ni me dirigí a él con ansiedad. Con pasos cortos y
alegría en cada una de mis células, fui acercándome a la húmeda vitalidad del
agua. Esta, me iba recibiendo pausadamente.
En aquel estado de paz y
regocijo, llegué a la orilla de un océano tranquilo, apenas perceptible en la
lejanía, un verdadero paraíso en el que el desierto se diluía.
UN ÁNGEL inmenso, quizás un
príncipe del cielo, estaba de pie entre la Tierra y el Cielo, cubierto con una
túnica blanca, brillantes alas y un halo
sobre la cabeza. Uno de sus pies estaba en la Tierra y el otro en el Mar. Detrás
de él, el Sol empezaba ha salir.
En el seno DEL ÁNGEL se
encontraba el símbolo del Libro Sagrado del Tarot, el cuadrado, y dentro de él
el triángulo. En sus sienes se encontraba el signo de la eternidad. En las
manos, sostenía dos copas una de oro y la otra de plata, y, entre las copas, fluía
una corriente constante, brillando con todos los colores del Arco Iris. Pero yo
no podía decir de qué copa fluía y en cual se vertía.
Llena de alegría, comprendí
que había llegado a los últimos misterios, de los que no se regresa. Cruzando
la sutil frontera, a partir de la cual, el olvido y la desconfianza ya no te
traicionan.
Miré al Ángel, a sus
símbolos, a sus copas, a la corriente de Arco Iris entre las copas y mi corazón
humano se estremeció de amor.
¡Cuanta grandeza! Al mismo tiempo, sentí la
punzada del miedo ante mi insignificancia. Mi mente humana se sintió presa de
la angustia. Pero, mi lucidez era total, me sentía parte de todo el universo y,
por tanto, conocía algunos de sus secretos.
- El nombre del ángel es
TIEMPO.- dijo la Voz, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.- En su frente
está el circulo. Este es el símbolo de la Eternidad y el símbolo de la Vida.
Sostiene dos copas, de oro y de plata. Una copa es el pasado, la otra el
futuro. La corriente del Arco Iris entre ellas es el presente. Tú lo ves, fluye
en las dos direcciones.- El Ángel me miró directamente a los ojos y, la voz,
añadió.- Este es el TIEMPO en el aspecto más incomprensible para el hombre. Los
humanos piensan que todo corre, incesantemente, en una dirección. No ven que
todo se encuentra eternamente, que una cosa viene del pasado y otra del futuro.
El Tiempo es una multitud de círculos que giran en diferentes direcciones.
El silencio
a nuestro alrededor era denso.
-¡Comprende este misterio y
aprende a distinguir las corrientes opuestas en el Arco Iris del presente, el
Aquí y el
Ahora! - No cabía duda de que me estaba dando una orden.- Nada puede
darte más poder, ni acercarte más a la inmortalidad perdida, que resolver este
misterio llamado LA TEMPLANZA.
XI
Caminaba, por la orilla de
aquel hermoso océano. Envuelta en profundas meditaciones. Tratando de
comprender mi visión del Ángel con todos sus detalles y crípticas palabras,
cuando, de nuevo, vi en medio del cielo un inmenso circulo que giraba a una
terrible velocidad. Al mismo tiempo que él, hora hacia arriba, hora hacia
abajo, giraban las simbólicas figuras de la Serpiente y el Perro. Y en lo alto
del círculo, sin moverse, se encontraba la esfinge.
En los cuatro cuartos del
cielo, entre las nubes, estaban las cuatro bestias aladas del Apocalipsis (una
como León, otra como Toro, la tercera con cara de Hombre y la cuarta como
Águila volando) y cada una de ellas leía un libro abierto.
Las voces de las cuatro
bestias formaron un coro que, a los cuatro vientos, cantaba:
“Todo va todo vuelve; la
rueda de la existencia jira eternamente.
Todo muere todo vuelve a
florecer; eternamente corren los años de la existencia.
Todo se destruye, todo se reconstruye de
nuevo; eternamente se construye la misma casa de la misma existencia.
Todo se separa, todo se
encuentra de nuevo; el anillo de la existencia permanece eternamente fiel a si
mismo.
La existencia principia a
cada "Ahora"; alrededor de cada
"Aquí" jira la esfera del
"allá".
El centro está en todas partes.
Tortuoso es el camino de la
eternidad.”
Abrumada por la belleza de
aquel canto y la verdad que encerraba, extasiada por la visión de LA RUEDA DE
LA VIDA (De la Fortuna, Del Karma), Me
senté suelo y cerré los ojos. Recogiéndome, reverente, en mi interior.
La RUEDA estaba girando
delante de mí. Sentí que esta era una presencia permanente. No importaba que yo
no la viera. Siempre estaría en el horizonte.
Pasaron las horas y me sumí
en una profunda meditación. Arrodillada sobre la tierra, con los ojos cerrados,
restablecí la paz en mi interior. El rumor de unos cascos me alertó y salí de
mi retiro. Un jinete sobre un caballo
blanco al trote, se acercaba.
Estaba cubierto con una
armadura y un yelmo negro. Tenía la cara de un esqueleto. Una mano huesuda
sostenía una gran bandera que ondeaba suavemente. La otra, unas riendas
enlutadas, adornadas con una calavera y dos huesos en cruz.
Supe que por donde pasaba
el JINETE NEGRO llegaban la noche y LA MUERTE. Las flores se marchitaban. Las
hojas de los árboles caían. La Tierra se cubría de una capa blanca, los
cementerios alzaban sus tumbas. Las torres, los palacios y las ciudades se
desmoronaban en ruinas. Reyes en todo el esplendor de su gloria y poder,
hermosas mujeres, amantes y amadas, altos sacerdotes investidos del poder de
Dios, niños inocentes, todos, en la proximidad del Caballo Blanco caían
postrados, de hinojos ante él, llenos de terror y levantaban las manos con
desesperación y angustia. Luego caían para no levantarse más.
A lo lejos, detrás de las
montañas del Oeste, el Sol se ocultaba.
El estremecimiento de LA
MUERTE se apoderó de mí. Me parecía tener ya los cascos blancos Del Caballo
sobre mi pecho, y vi que el mundo entero se derrumbaba en un precipicio.
Pero, de repente, reconocí
algo familiar en el moderado paso Del Caballo. Algo que antes había escuchado y
visto. Otro instante, y percibí en su paso el movimiento de la Rueda de la
Vida.
Apareció, de nuevo, la luz en mi interior y, mirando al
Caballo que se alejaba y al Sol que se ocultaba, comprendí que la senda de la
vida está formada por las huellas de los cascos DEL CABALLO DE LA MUERTE.
El Sol, ocultándose por un
lado, se levanta por el otro. Cada momento de su movimiento es el ocaso de un
punto y el amanecer de otro.
Comprendí que, así como el
Sol se levanta cuando se pone y se oculta cuando sale, también la vida muere
cuando nace, y nace cuando muere.
- ¡Sí! - dijo la Voz de mi
guía.- Tú piensas que el Sol tiene una finalidad, salir y ocultarse. ¿Sabe el
Sol algo de la Tierra, de las gentes, del amanecer y del atardecer? Él va por
su propio camino, sobre su propia órbita, alrededor de un Centro Desconocido.
Vida, Muerte, amanecer, atardecer, ¿no te das cuenta de que todo esto no son
sino los pensamientos, los sueños y temores del Bufón?
XII
Siempre había algo más que
comprender. Mis cansados pasos, me llevaron a una llanura verde, rodeada de
ondulantes colinas azules. Allí, una Mujer jugaba con un León. Engalanada de
rosas, tenía el símbolo de la Eternidad sobre su cabeza. La mujer, tranquila y
confiadamente, cerraba las fauces del León, y el León mansamente lamía su mano.
- Esta es la imagen de LA
FUERZA.- Dijo mi guía.- comprende todos sus significados. En primer lugar
demuestra la Fuerza del amor. No hay nada más poderoso que el amor. Solo el
amor puede vencer al Mal. El odio siembra odio. El Mal siempre acarrea el Mal.
- ¿Ves esas guirnaldas de
rosas? Ellas hablan de la cadena mágica. La unión de los deseos, la unión de
los esfuerzos.- La Voz se mostraba apasionada.- Crean tal FUERZA que toda
Fuerza inconsciente se somete ante ella. Y, además, es ella LA FUERZA de la
Eternidad.
- Aquí llegas al reino de
los misterios. Para la conciencia que puede ver el Símbolo de la Eternidad
sobre ella, no hay obstáculos, ni puede haber ninguna resistencia.- La Voz, de
nuevo, se perdió en la distancia.
Liberé un suspiro. No podía
dar un paso más. Tanto si había logrado mi propósito como si no, aquel lugar
sería el final. Mi voluntad estaba agotada. Busqué donde recostarme.
Al girarme, mis ojos tropezaron
con los de un hombre que estaba con las manos atadas a la espalda, COLGADO de
una pierna, en una alta horca; con la cabeza hacia abajo, y sufriendo horribles
tormentos. Me sentí identificada con él.
Alrededor de la cabeza
tenía un halo dorado. Arrastrando mi cansancio me acerqué.
Al pie de la horca un
cartel rezaba: " Detente, este es el hombre que ha visto la Verdad”.
De nuevo la Voz sonó en mi
interior:
- Nuevos sufrimientos, como
ninguna desgracia terrestre puede jamás causar, son los que esperan al hombre
en la Tierra cuando encuentra el camino de la Eternidad y comprende el
Infinito. Necesitará todo el conocimiento para superarlos.
- Tú eres todavía una mujer,
pero, ya sabes muchas cosas inaccesibles aun para los Dioses. Y este conflicto
entre lo grande y lo pequeño en tu alma, es tu tortura y tu Gólgota.
La voz se acercaba y
siguiendo mi instinto me giré para buscarla. Un ser envuelto en luz que tenía
mi misma cara se dirigía lentamente hacia mí con las manos extendidas.
- En tu misma alma se
levanta una horca en la que te encuentras COLGADA por el sufrimiento,
sintiéndote como si estuvieras con la cabeza vuelta hacia bajo.- El ángel guía
me sonreía.
Llegó hasta mí con sus
leves pasos y se fundió conmigo en un infinito abrazo.
- Tú escogiste este camino. - Susurro en mi
oído.- Por esto has hecho un largo viaje de prueba en prueba, de iniciación en
iniciación, pasando por fracasos y por caídas. Ahora has encontrado la Verdad y
te has conocido a ti misma.
Arropada por aquel abrazo
de Luz y Amor tuve la certeza de que yo era el MAGO que se encuentra colocado
entre la Tierra y el Cielo controlando a los elementos con los símbolos
mágicos, El LOCO que camina por un camino polvoriento bajo los abrasadores
rayos del Sol hacia el peligro, La Habitante del PARAÍSO con mi compañero, bajo
la protección del genio Benéfico.
También, la que se
encuentra atada con el al cubo negro de las MENTIRAS. Me sentí como el
Conquistador DEL CARRO en el filo del triunfo.
Yo era EL ERMITAÑO del
desierto que busca la Verdad con una linterna a plena luz del día.
Y, ahora, había encontrado
la Verdad. Esta me abrazaba y colmaba de alegría.
Envuelta en música y aroma
de flores, me desperté. Estaba confusa y quizás más cansada que antes de
dormirme. Ya era noche cerrada y todo mi cuerpo estaba entumecido.
En los siguientes días
oscilé, entre creer que lo sabía todo y que no sabía nada. Las revelaciones del
Tarot cambiaron mi forma de ver el mundo para siempre.
Los sueños también forman
parte de la vida.
María Gracia Iñiguez López
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